Autor: Yldefonso Finol

En este medio siglo del martirio de Salvador Allende y el Proyecto de la Unidad Popular en Chile.

Imposible zafársele a la memoria. Nada en este día distrae los recuerdos de medio siglo. Las tareas urgentes se apartan como entendiendo su subordinación a lo histórico. García Márquez lo plasmó como oráculo en la piedra intangible de la conciencia: “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre”. (Revista Alternativa No. 1, 1974)

Por hechos como el que conmemoramos (ciertamente compungidos-aguerridos), es que la historia dejó de ser un relato del pasado lejano, generalmente narrado por terceros. Las cosas no ocurrieron “allá” y “de tal manera”, como si lo dijera un libro escrito por un viejo barbudo y apoltronado. Nos ocurrió a todas y todos, en cada lugar donde latía un verso de la poética -de la política ética- que inspiraba la Chile de Allende, el Chile de la Unidad Popular.

Tengamos el cuidado de cultivar (literalmente) la memoria, regándola, abonándola, hablándole como le hablaba mi abuela (cual Galeano y Benedetti) a sus plantitas medicinales, cantándole como lo hicieron Víctor Jara y Alí Primera, y lo sigue haciendo Silvio Rodríguez, porque esa memoria siempre está en riesgo de ser invadida por piojos y otras plagas que se comen las hojitas, carcomen las ramas, y pudren las raíces.

Luego la “Historia”, que es como la sistematización sacralizada de la memoria de todas y todos (como una Memoria de las memorias), será la que susurrará al oído de la gente aun sin memoria, lo que (¿los amos?) quieren que se crea que es la memoria.

¿Quién tiene la fórmula para despejar la incógnita del día que empezó la Historia?

¿Cuánto de cierto o de quimérico tiene eso de la memoria colectiva?

Seguro podemos concluir que no viene por generación espontánea. Un pedacito de fruta colocada a la intemperie en un frasquito en un rincón de la casa, casi seguro traerá unas mosquitas en un par de días. Pero, ¿cuánto puede durar una sociedad putrefacta sin que nadie note la gusanera y el mosquero que le brota por las instituciones?

O, ¿cómo evitar que esos gusanos y monstruosas moscas devoren a las abuelitas y poetas que les cantan a las flores para que el mundo sea un panal de miel y un jardín de amor?

Allende y el pueblo trabajador que soñó aquel Chile justo y soberano fueron masacrados, la Constitución voltea hacia la visión fascista y los conquistadores europeos siguen intentando exterminar a los mapuches.

¿Es historia un camión disparando gases en un cementerio que debía ser templo recordatorio de la lucha por la Democracia Universal?

¿Alguien puede creer aún que existe una “derecha democrática”? De ser así, ni la memoria ni la historia sirven para nada.

El Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, se fraguó “entre 1970 y 1973, (cuando) la CIA y militares americanos establecieron contacto con militares chilenos con el fin de reunir materiales de inteligencia y permitir a los Estados Unidos entrar en comunicación con el grupo con más posibilidades para arrebatar el poder al Presidente Salvador Allende”. (Informe “Church” del Senado de EEUU, p 8)

¿Cuánto de la verdadera historia queda en la memoria de las mayorías chilenas? La complicidad protagónica de los Estados Unidos con el golpe militar que derrocó al Gobierno de la Unidad Popular en Chile y abrió el período de mayores violaciones a los derechos humanos en la región (Operación Cóndor), quedó absolutamente comprobada en el contenido del memorando de la reunión sostenida el 8 de junio de 1976 entre el dictador Augusto Pinochet y el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, durante la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, donde se hablaría (ironía infinita) de derechos humanos en la mismísima ensangrentada Chile.

Kissinger le habla a Pinochet: “En los Estados Unidos, como Usted sabe, tenemos simpatía por lo que Usted está tratando de hacer aquí. Yo pienso que el gobierno anterior iba en la dirección del comunismo. Nosotros le deseamos lo mejor a su gobierno”.

Sigue el laureado diplomático sionista: “Mi evaluación es que Usted es una víctima de los grupos izquierdistas alrededor del mundo y que su mayor pecado fue derrocar a un gobierno que iba en dirección al comunismo… yo quiero que Usted salga adelante y quiero mantener la posibilidad de ayuda…nosotros vamos a hacerle llegar los F5 que hemos acordado”.

El dictador Pinochet le recuerda: “nosotros resolvimos el problema de las grandes empresas transnacionales. Nosotros renegociamos las expropiaciones y demostramos nuestra buena fe haciendo pagos oportunos sobre nuestra deuda”. En tono familiar, se queja de que algunos opositores sean escuchados en el Congreso de los Estados Unidos: “Letelier tiene acceso al Congreso. Nosotros sabemos que están dando información falsa”.

Tres meses después, el Canciller de Allende, Orlando Letelier, fue asesinado por agentes especiales de la dictadura en las calles de Washington (Historia sin memoria militante puede hasta dejar de ser historia).

Kissinger despide la reunión con elogios al dictador: “Nosotros recibimos muy bien el derrocamiento del gobierno procomunista aquí… Ustedes le prestaron un gran servicio al Occidente al derrocar a Allende. De otra manera Chile habría seguido a Cuba. Entonces no habría habido derechos humanos”.

¿Cuál mito caracteriza al Chile de hoy? ¿La “democracia” tipo OEA que convalidó en 1976 a Pinochet con su amigo Kissinger dándole palmaditas muy sonriente?

Vuelvo la mirada a mi orilla de enunciación: la Revolución Bolivariana requiere refundar el mito de la venezolanidad en la Gesta y Doctrina Bolivariana (tal como manda la Constitución). Cultivar el bolivarianismo es formar una ciudadanía capaz de ver la historia con la memoria afilada y curada de parásitos. Porque la Historia no es una pasarela donde desfilan fantasmas del tiempo ido, sino campo de batalla del día a día por vencer al enemigo que asesinó a Salvador Allende, e insiste en rematarle en la memoria de los pueblos.

En nuestro caso, defender a Bolívar, estudiarlo a fondo, y venerar la épica de nuestra heroicidad ancestral, es el culto (de un pueblo culto) que sostendrá la Patria Independiente en post de una mejor Humanidad.

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