Pablo Meriguet

Autor: Pablo Meriguet

Hoy se cumple otro año más de la muerte de Antonio Gramsci. El fascismo italiano logró aniquilar lentamente una de las mentes más preclaras del siglo XX. No obstante, por esa misma brutalidad maquinada, trataron de destruir su cerebro lentamente, a cuentagotas, sin tomar en cuenta que la voluntad del comunista de ese tiempo solo podía empujar su voluntad de lucha hacia los derroteros de la resistencia y la creación; porque un revolucionario de verdad, y no me refiero a los de cartón y de Twitter, siempre crea algo para alcanzar sus objetivos históricos desatendiendo siempre el egocentrismo y la persecución de la efimera fama: crea, a costa de su vida si es necesario, partidos, ideas, luchas, arte, organizaciones, escuelas, periódicos, etc . En el caso de Gramsci, durante el encierro carcelario, fue su pensamiento el que desarrolló y reflexionó alrededor de las ideas más poderosas de su época, esperando así obtener alguna manera de vencer la derrota.

Hice mi tesis doctoral sobre sus ideas filosóficas y las (importantes) variaciones de estas a lo largo de su vida, que van desde el sardismo socialista, pasando por el idealismo revolucionario de (curioso) tinte croceano, hasta llegar al leninismo anti-mecanicista. Aquí les dejo una de las conclusiones más políticas de la investigación:

«En este sentido, para el autor sardo el reconocimiento de la historicidad de las prácticas sociales no es únicamente un problema “teórico”, sino también “práctico”. Ya desde joven, Gramsci comprendió que una teoría revolucionaria tiene que concebir la sociedad como un conjunto de estructuras, relaciones sociales y prácticas que se desarrollan de determinada manera en un tiempo histórico. Y los revolucionarios (especialmente ellos) no pueden renunciar a entender la sociedad en términos historicistas, pues son quienes apuestan por la transformación orgánica del orden social constituido. Sin embargo, en los Cuadernos de la cárcel modera el voluntarismo de sus primeros años y comprende la historicidad de un modo mucho más complejo: el cambio de las relaciones sociales se produce como consecuencia, sí, de la actividad voluntaria de los grupos sociales, pero solo si esta última es posible a partir de las condiciones reales objetivas. Esto quiere decir que concibe el cambio social como una consecuencia de las contradicciones que genera la propia acción del hombre. En otras palabras, la historia es el proceso transformador y colectivo de los hombres porque son ellos quienes se modifican haciendo cambiar su medio natural y social. De esta manera, se hace evidente para Gramsci la centralidad del concepto de praxis social al mismo tiempo que el carácter historicista de la filosofía de la praxis. No hay praxis social sin transformación histórica y no es posible el cambio de la sociedad sin la modificación orgánica de la praxis social» (pp. 565-566).

Hoy Gramsci sería considerado un dogmático materialista por parte de la izquierda dominante (light ,edulcorada y socialdemócrata) y, como siempre ha sido, un enemigo peligroso para liberales y reaccionarios. Sin embargo, casi todos usan sus conceptos (casi siempre errónea, superficial o utilitariamente) porque reconocen en ellos algo fundamental, algo imperdible, algo nuevo, y por eso mismo es que Gramsci es ya un clásico del pensamiento contemporáneo y de la política actual.

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